La propagación de la resistencia a antibióticos y las enfermedades causadas por la presencia de patógenos en alimentos representan una amenaza global que afecta tanto a la salud humana como a la sanidad animal, la agricultura, la seguridad alimentaria y el medio ambiente.

La globalización y el cambio climático aumentan el riesgo de contaminación bacteriana, y el uso indebido y excesivo de antibióticos, entre otros factores, conduce a la aparición de superbacterias resistentes y multirresistentes, que causan infecciones que no se pueden tratar con antibióticos u otros antimicrobianos existentes en la actualidad.

Una de las líneas de investigación que se lleva desarrollando durante los últimos años para hacer frente a la resistencia a los antibióticos y controlar la presencia de bacterias no deseadas en los campos de la salud (humana y animal) y la seguridad alimentaria, es el uso de determinados virus “buenos” que eliminan estas bacterias: los bacteriófagos (también llamados fagos).

Si bien es cierto que los antibióticos se mencionan mucho cuando hablamos de fagos, es importante destacar que, en el caso de los alimentos (donde no está permitido el uso de antibióticos) se usan como alternativa a otro tipo de conservantes o procesos que pueden alterar sus características organolépticas o que, por su origen químico, generan mayor rechazo entre los consumidores.

La respuesta está en la ciencia, y hoy la buscamos con María Lavilla y Amaia Lasagabaster, investigadoras en el área de seguridad alimentaria de AZTI y expertas en fagos.

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