ELENA SANTA CRUZ investigadora en comportamiento del consumidor y educación alimentaria  

El pasado 1 de julio de 2025, en el marco de la conferencia final de The Food Odyssey celebrada en Liubliana, Fabienne Ruault, responsable del Programa FoodEducators, lanzó un mensaje que caló hondo entre quienes trabajamos por la transformación de los sistemas alimentarios: “No podemos transformar la alimentación sin transformar la forma en que aprendemos”

En AZTI, como centro dedicado a la investigación e innovación alimentaria, compartimos plenamente esta visión. Desde la perspectiva del comportamiento del consumidor, sabemos que las decisiones que tomamos sobre qué, cómo y por qué comemos no son neutras. Están influenciadas por lo que aprendemos desde pequeños, por nuestras experiencias, nuestras emociones, y por los marcos culturales en los que vivimos. Por eso, invertir en educación alimentaria es invertir en transformación real. 

Alimentar el conocimiento, alimentar el cambio 

Ruault dejó claro que la alfabetización alimentaria va mucho más allá de identificar alimentos saludables. Se trata de comprender el origen de los productos que consumimos, cómo se producen, qué impacto tienen en el medioambiente y en las comunidades, y cómo podemos gestionarlos mejor en nuestra vida diaria. Implica saber leer una etiqueta, reducir el desperdicio, elegir de forma consciente, y conectar lo que hay en nuestro plato con los grandes retos de sostenibilidad. 

La urgencia es evidente: una de cada cinco muertes en el mundo está relacionada con dietas poco saludables, y el sistema alimentario actual es responsable de un tercio de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Además, genera un coste de 10 billones de dólares al año en daños sociales, sanitarios y ambientales. Estos impactos afectan de manera desproporcionada a las comunidades más vulnerables. 

El aula como semilla de cambio 

En la conferencia, se compartió un caso inspirador desde España, donde una sencilla actividad en el aula —analizar etiquetas de alimentos— provocó una ola de interés y acción en toda la escuela sobre sostenibilidad alimentaria. Este ejemplo ilustra lo que en investigación del comportamiento llamamos el efecto multiplicador: pequeñas intervenciones bien diseñadas pueden generar grandes cambios en actitudes y hábitos. 

Es importante recordar que los docentes no están solos. Iniciativas como FoodEducators, impulsada por EIT Food, ofrecen herramientas y acompañamiento para integrar la educación alimentaria en cualquier asignatura y nivel educativo, incluso cuando el tiempo y los recursos escasean. 

Food educators
Kids holding vegetables

Jugando en serio con el futuro 

La jornada en Liubliana también puso de relieve el poder del aprendizaje lúdico. Desde salas de escape temáticas sobre sostenibilidad hasta el uso de herramientas digitales y dinámicas participativas, quedó claro que jugar puede ser una vía poderosa para aprender de forma significativa. Esta es una idea que desde AZTI exploramos en nuestros propios proyectos, donde combinamos ciencia del comportamiento con enfoques innovadores de educación. 

Una llamada a la acción 

Como investigadora, y como ciudadana, creo firmemente que la educación alimentaria debe estar en el centro de cualquier estrategia que aspire a sistemas alimentarios más justos, sanos y sostenibles. No hablamos solo de contenidos curriculares, sino de generar una cultura de la alimentación consciente, crítica y comprometida. 

Porque cada vez que enseñamos a los niños y niñas a cocinar, a leer una etiqueta, o a reflexionar sobre el origen de su comida, estamos plantando una semilla. Y como bien sabemos en AZTI, las semillas bien cuidadas pueden transformar ecosistemas enteros. 

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