• El estudio está basado en una encuesta online realizada entre abril y mayo de 2020 y en la que participaron personas de todo el mundo y con diferentes niveles de encierro.
  • Los hallazgos pueden ayudar a los equipos de gestión en la toma de decisiones sobre medidas de confinamiento, políticas medio ambientales y urbanísticas.

La COVID-19 y las medidas para hacerle frente han generado un escenario ideal para estudiar la relación entre la exposición a espacios naturales y la salud mental. El estudio, en el que también han colaborado investigadores del Reino Unido y Noruega, se ha basado en las hipótesis de que las personas mostrarían distintos niveles de síntomas de depresión y ansiedad dependiendo del nivel de confinamiento  y de si tenían la posibilidad de estar en contacto con áreas exteriores naturales; y que donde el acceso a zonas naturales públicas estaba restringido, aquellas personas con acceso a espacios privados (jardín, balcón) o incluso a vistas, mostrarían menos síntomas y una actitud más positiva.

De las casi 7 000 respuestas obtenidas se concluye que el confinamiento impactó en la salud mental de las personas y que el contacto con la naturaleza ayudó a mitigar estos efectos. Las personas encuestadas percibieron que la naturaleza les ayudó a manejar la situación generada por las estrictas medidas de encierro y, más aún, las emociones eran más positivas entre quienes tenían acceso a espacios exteriores y tenían vistas a elementos naturales.

Aplicaciones del estudio

Estos hallazgos pueden ayudar a los equipos de gestión en la toma de decisiones relacionadas con posibles futuros confinamientos, de forma que se puedan mitigar sus efectos adversos, ayudando a la población a ser más resiliente y a mantener una mejor salud mental. Pero también se pueden considerar para otros ámbitos, como el medio ambiente o la planificación urbanística.

El efecto beneficioso de la naturaleza está relacionado con el concepto de los servicios ecosistémicos, es decir, aquellos que hacen posible la vida humana proporcionando, entre otras cosas, alimentos nutritivos y agua limpia; regulando las enfermedades y el clima; apoyando la polinización de los cultivos y la formación de suelos, y ofreciendo beneficios recreativos, culturales y espirituales. Los beneficios humanos obtenidos del contacto con la naturaleza se denominan servicios ecosistémicos culturales y en casos extremos, como la situación vivida a raíz de la pandemia, son más evidentes que nunca.

Esto no hace sino reforzar la importancia de aumentar la concienciación en cuanto a los grandes retos medioambientales a los que nos enfrentamos, derivados de la constante presión y degradación del medio ambiente que tiene en el cambio climático su consecuencia más palpable y que están poniendo en riesgo estos servicios ecosistémicos. Por eso es vital apoyar cambios transformacionales que protejan el medio ambiente.

Por otro lado, en cuanto a la planificación urbanística, el estudio apoya la idea de que, a la hora de diseñar planes urbanísticos, así como planes de adaptación de las ciudades al cambio climático, viviendas y ciudades deberán ser adaptadas para garantizar que habitamos en espacios saludables.

Puedes leer el documento completo liderado por Sarai Pouso (AZTI) con la colaboración de investigadores de European  Centre  for  Environment  and  Human  Health,  University  of  Exeter  Medical  School, Department  of  International  Environment  and  Development  Studies  (Noragric),  Norwegian University of Life Sciences (NMBU) y Norwegian Institute for Nature Research (NINA) en este enlace.

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