XABIER IRIGOIEN, investigador principal en Proyectos de innovación

Hace entre 200 000 y 150 000 años, la humanidad incipiente luchaba por sobrevivir frente a duras condiciones climáticas en su tierra de origen: África. Una larga glaciación, conocida como M2, dificultaba enormemente encontrar alimentos. Aunque todavía se debate si la población llegó a reducirse a unos pocos centenares de individuos, hay sólidas pruebas de que los humanos modernos sobrevivieron refugiándose en zonas costeras, donde se alimentaban de moluscos como abalones, mejillones y similares.
La migración fuera de África también siguió las costas, donde el mar ofrecía un suministro constante de alimento. De hecho, se ha propuesto que esa dieta marina fue clave en la evolución del ser humano moderno y en el desarrollo de su desproporcionado cerebro, justo en aquella época.
Hoy, la humanidad se enfrenta de nuevo a un doble reto: garantizar la seguridad alimentaria en medio del cambio climático. Los 11 mil millones de personas que se esperan para 2050 deberán afrontar un calentamiento global que pondrá en riesgo la producción de alimentos en muchas regiones del planeta.

Los pilares de la seguridad alimentaria

Naylor y equipo definieron cuatro grandes desafíos para la seguridad alimentaria: disponibilidad, acceso, nutrición y estabilidad.
La disponibilidad se refiere a que haya suficiente comida para todos, y depende sobre todo del agua dulce y de la energía necesaria para obtenerla (bombeo, desalinización). Con acceso a agua dulce, grandes regiones áridas podrían dedicarse a la agricultura.
El acceso, sin embargo, es el verdadero cuello de botella. Hoy producimos más alimentos de los que necesitamos, pero una gran parte de la población mundial no puede permitirse comprarlos ni acceder a ellos. El crecimiento demográfico no ocurrirá en los países ricos, donde la población se mantiene estable o disminuye, sino en los países pobres —principalmente en África—, donde muchas personas seguirán sin poder pagar alimentos producidos en fábricas europeas.
La nutrición recuerda que no basta con calorías y proteínas: muchas dietas son deficientes en micronutrientes esenciales como el hierro o los ácidos grasos poliinsaturados (PUFAs).
Finalmente, la estabilidad implica que la producción de alimentos debe ser sostenible a largo plazo; de lo contrario, las crisis y hambrunas seguirán repitiéndose a medida que crece la población y se agotan los ecosistemas.

mejillones alimentación

La falsa promesa de la comida tecnológica

Cuando oigas hablar de soluciones “mágicas” para alimentar a 11 000 millones de personas, conviene comprobar si cumplen con esos cuatro puntos.
La carne cultivada en biorreactores, las hamburguesas vegetales o los insectos tienen menor impacto ambiental que la carne de vacuno, especialmente en cuanto a consumo de agua dulce y emisiones de CO₂. Pero si se comparan con la carne de ave o con la acuicultura, las ventajas no son tan claras.
Y, sobre todo, fallan en el punto del acceso: son tecnologías sofisticadas que producen alimentos caros, inaccesibles para las regiones donde la población más crece.
Podrán ser buenos negocios, o aliviar la conciencia de los países ricos en cuanto al sacrificio animal, pero difícilmente alimentarán al planeta.
Incluso la acuicultura de peces carnívoros como el salmón, que requiere harina de pescado y soja, compite por recursos como el agua dulce y la tierra que podrían destinarse a cultivos alimentarios. Otras alternativas, como la pesca de peces mesopelágicos, presentan los mismos problemas: requieren tecnología avanzada y fuertes inversiones que los países pobres no pueden asumir.

El poder mal entendido del Omega-3

Más allá de las calorías, nuestro cuerpo necesita nutrientes esenciales cuya falta provoca enfermedades. Uno de los más incomprendidos es el Omega-3.
Mucha gente lo asocia a suplementos con supuestas propiedades milagrosas —antiinflamatorias, beneficiosas para las articulaciones, etc.—, pero algunos de los ácidos grasos que agrupamos bajo el nombre Omega-3 son esenciales para nosotros.
¿Y qué significa “esencial”? Que los necesitamos y nuestro cuerpo no puede fabricarlos, por lo que debemos obtenerlos de los alimentos.
Los principales ácidos grasos poliinsaturados del sistema nervioso humano son el DHA (ácido docosahexaenoico) y el AA (ácido araquidónico). Son vitales para el desarrollo y funcionamiento del cerebro y el sistema nervioso, y el organismo femenino se ve especialmente privado de ellos durante el embarazo.
La fuente principal de estos ácidos grasos de cadena larga son los alimentos acuáticos, ya que son sintetizados por microalgas y se acumulan a lo largo de la cadena alimentaria. Los niveles de DHA en peces y mariscos son entre 2,5 y 100 veces más altos que en las carnes magras terrestres. Por eso el pescado es tan importante en nuestra dieta.

Los límites de la tierra y el regalo del mar

La conversión de los ácidos grasos poliinsaturados de las plantas terrestres en AA y DHA es muy ineficiente, debido a los procesos de oxidación y a las numerosas transformaciones enzimáticas que requiere.
Entre los alimentos terrestres, las mejores fuentes directas son los huevos, el cerebro y la médula de los animales, la carne y, en menor medida, los frutos secos y semillas oleaginosas, que no aportan los ácidos esenciales, sino precursores que el cuerpo convierte de forma poco eficaz.
Esta dependencia de los alimentos marinos explica por qué se ha propuesto que la evolución final del cerebro humano —la que dio origen al Homo sapiens— tuvo lugar en zonas costeras.
Hoy en día, se estima que alrededor del 80 % de los ácidos grasos Omega-3 que consumimos provienen de la pesca y la acuicultura. Sustituirlos por fuentes vegetales exigiría grandes cantidades de tierra cultivable y agua dulce, lo que hace imposible cubrir las necesidades de una población mundial creciente.
Por ejemplo, eliminar los animales de la agricultura estadounidense reduciría solo un 2 % de las emisiones de gases de efecto invernadero, pero provocaría graves deficiencias nutricionales, especialmente de DHA, AA y ciertas vitaminas.
Mientras tanto, la pesca ya ha alcanzado su límite, y la acuicultura de peces carnívoros depende parcialmente de las capturas silvestres y de la producción agrícola terrestre.
En resumen, sin organismos marinos o carne, la población humana podría seguir creciendo, pero nuestros cerebros sufrirían carencias de ácidos grasos esenciales.

El humilde mejillón: una respuesta bajo las olas

Y aquí es donde entra en escena el mejillón.
La mitilicultura —el cultivo de mejillones— ofrece múltiples ventajas frente a los desafíos que mencionábamos. Su producción tiene una huella ambiental muy baja. Los mejillones son herbívoros que se alimentan del fitoplancton del agua, por lo que no necesitan ser alimentados ni consumen agua dulce. Incluso ayudan a limpiar el medio, reduciendo la eutrofización al filtrar microalgas.
En términos de emisiones de CO₂, los mejillones son la fuente de proteína animal con menor impacto por gramo comestible: mucho menor que el pollo o el salmón, y entre 40 y 50 veces inferior al de la carne de vacuno.
Además, su cultivo es tecnológicamente sencillo y poco costoso. Pueden criarse colgados de cuerdas o en líneas de cultivo, con inversiones relativamente bajas —miles, no millones—. Solo requieren espacio y aguas ricas en fitoplancton.
Y justo las regiones del planeta donde la población crece más rápido —como África occidental y oriental— cuentan con costas amplias y mares productivos, como el afloramiento de Mauritania, Namibia, la corriente de Agulhas o la costa somalí.
Desde el punto de vista nutricional, los mejillones, aunque menos ricos que algunos peces, son una buena fuente de DHA y AA, además de otros micronutrientes esenciales. Proveen proteínas y ácidos grasos esenciales a bajo costo y en las zonas donde más se necesitan.
Cumplen, por tanto, con los cuatro pilares: disponibilidad, accesibilidad, nutrición y estabilidad.
Los mejillones por sí solos no “salvarán” a la humanidad, pero la acuicultura de moluscos es una de las pocas opciones sostenibles y subexplotadas que pueden desarrollarse justo donde más falta harán.
A largo plazo, cualquier dieta —vegana, de carne cultivada o a base de insectos— deberá complementarse con DHA y AA para mantener la función cerebral. Por ello, la mitilicultura en zonas costeras y la exportación de productos marinos podrían convertirse en una vía clave para generar ingresos y ofrecer al mundo un nutriente esencial.

El círculo se cierra: donde todo comenzó

Si recuerdas el principio de esta historia, las corrientes de Agulhas, en Sudáfrica, fueron uno de los refugios donde la humanidad sobrevivió a la glaciación M2.
La costa oriental de África fue también la ruta que siguieron las primeras poblaciones humanas al salir de su continente de origen.
Fue allí donde, gracias a una dieta rica en mariscos y ácidos grasos esenciales, nuestro cerebro dio su último gran salto evolutivo.
Y tal vez sea esa misma región —alimentada por el mar— la que, una vez más, ayude a la humanidad a sobrevivir y prosperar en el futuro.

**Este artículo se publicó originalmente en Mapping Ignorance

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